¿Existió realmente la estrella que guió a los Magos?
- Hugo Villaseñor Magallon
- 28 dic 2017
- 2 Min. de lectura
El evangelista Mateo, en su relato sobre la adoración de los Magos y su travesía desde Oriente hasta Belén, nos dice que estos personajes fueron guiados hasta el niño por medio de una estrella. Ya hemos visto en artículos anteriores que los Magos a los que se refiere Mateo, eran astrónomos y filósofos. Por tanto, no es de extrañarnos que supieran leer e interpretar el curso de los astros. Pero, todavía queda una duda totalmente razonable. La estrella era tan luminosa que era considerada una nueva estrella. Se veía en la región de Babilonia y en la región de Judea. Sólo se perdió con las múltiples luces de Jerusalén. ¿No será este un relato poético del evangelista? ¿No será una adecuación al texto que el evangelista realizó para justificar la visita de los magos? O, en cambio ¿existió realmente la estrella que los guió?

El astrónomo Johannes Kepler, con apenas un pequeño telescopio, notó que los planetas de Júpiter y Marte se alineaban en la constelación de Piscis. A este fenómeno astral, se sumó una supernova. Kepler se preguntó si este fenómeno no era al que se refería el evangelista Mateo con la "estrella de Belén". El mismo astrónomo, después de un estudio profundo, descubrió que por el año VII y VI a. C., hubo un movimiento astral como nunca lo había visto. Los planetas de Júpiter, Saturno y Marte, se había alineado en la constelación de Piscis. A esta conjunción, se había unido de nuevo una supernova. El mismo papa Benedicto XVI apoya la teoría de Kepler en su libro 'La Infancia de Jesús'.

Una supernova, "es una estrella débil o muy lejana, en la que se desarrolla una enorme explosión, de manera que se desarrolla una amplia estela de luminosidad por semanas y meses" (La Infancia de Jesús, 2011). Solo así, la descomunal luminosidad de la estrella podría explicarse. Pero lo verdaderamente sorprendente, continúa el Papa emérito, no es el fenómeno de la alineación de los atros o la supernova. Lo verdaderamente sorprendente, es que este fenómeno tiene lugar en el nacimiento de Jesús. "No son los astros que determinan el curso del nacimiento. Es el niño quién con su nacimiento, determina el curso de los astros". La teología de este texto es por demás emocionante. Las culturas antiguas veían en los astros, unas divinidades. Y el movimiento de estos, eran manifestaciones de los dioses. Pero ahora, el niño determina con su nacimiento el posicionamiento de estos. Es decir, no solo las bestias (Cfr. "¿Por qué ponemos el buey y la mula en el nacimiento") reconocen a su Creador, sino también los astros.
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